viernes, 16 de marzo de 2012

por azules que sean mis ojos, no veo esto claro

Miércoles. Diez de la noche. Fiesta en el nuevo restaurante de la ciudad que inauguraba la familia Dickens. Alcohol camareros enfundados en chaquetas, canapés, más alcohol y una columna de humo. Detrás de ella estaba yo, viendo como perdía el tiempo viniendo a estos actos sociales. La verdad es que me gustaba ( y me gusta) levantarme un lunes por la mañana y ver una tarjeta de invitación rosa muy decorada y a medida que voy leyendo la letra cursi me voy pensando los vestidos que tengo sin estrenar o los que he visto en las tiendas pero he dejado sin comprar reservándolos para una ocasión como ésta. Después de todo el rito de ducha, maquillaje, media hora eligiendo zapatos para que peguen con el bolso y salir de casa, me doy cuenta que para mí lo emocionante de la fiesta ya ha pasado.  Me relajo sobre el asiento de mi Mini, conduciendo relajada y cómoda hacia este acto tan... ¿típico es la palabra?

Un rato después vuelvo a mi escena detrás de la cortina de humo, con un Dry Martini en la mano y negándoles los canapés a los camareros. Estoy pensando que menos al que no he ido a la peluquería esta tarde, porque cuando llegue a casa lo que volveré a hacer será regresar a la ducha.

Martina y Clara elogian mis complementos, les agradezco el elogio con una sonrisa y señalo que sus peinados están muy bien elaborados, no como mi pelo liso suelto.  La conversación tras un rato llega al momento que no me apetecía: lo relatos de la vida de sus maridos. ¿Por qué tengo que soportar esto siempre que beben una copa de más y cogen confianza? ¿Qué más me da que Patrick no le quiera comprar un bolso de CH a Clara debido a la crisis? ¿Por qué me confía Martina la sospecha sobre otra aventura de su marido con la vecina nueva de la calle Oakley? Me resigno a aparentar que presto atención y cuando me limito a decir: "es un cabrón, no te merece..." y ellas sollozan.

Bah, cada dos semanas toca lo mismo. Son muy pesadas y no me gusta aguantarlas. Me despido de algunos y regreso a casa. Qué sabrán ellos de mi vida, me pregunto. Para ellos soy la simpática vecina, soltera, que vive con su dálmata y que arregla el jardín todos los sábados por la mañana. Pero eso no es nada, yo he vivido mucho....

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